Ramón Utrera

Durante la Primera Guerra Mundial

 

Durante la Primera Guerra Mundial se recuperó una sentencia de Esquilo: “La primera víctima cuando llega la guerra es la verdad”. Desde entonces ha sido utilizada en casi todos los conflictos importantes, y siempre con el mismo resultado hueco. En el pasado había menos medios, los valores democráticos no imperaban, y aún así la propaganda y el lavado mental nunca alcanzaron el desarrollo que han logrado en los últimos cien años. Hoy en día la información periodística es victima de la propaganda de guerra, a pesar de que en las democracias actuales se la pregone como el cuarto poder. El caso de la guerra de Ucrania es el enésimo ejemplo de la lista de reiteraciones.

Ciertamente no se puede decir que se estén falseando las noticias, al menos no de una manera apreciable y calculada. Pero para equivocar al ciudadano no hace falta mentir, basta con ocultar parte de la verdad, basta con escoger qué decir, de qué lugares y sucesos hablar, en qué o desde qué momento, a quién dar voz, cuánto hablar de un tema, en qué lugar de la noticia o del medio citarlo, etc. etc. Todo aquello que en la práctica periodística se permite esconder bajo la óptica de la libertad personal del narrador y que es susceptible de todos los riesgos, al depender de su buena voluntad o de la de sus controladores. ¿Error, negligencia o intención? Lo que está claro es que prohibir la versión de los medios rusos, y menospreciar, arrinconar y marginar las opiniones discrepantes en debates y medios, se produzcan donde se produzcan, no casa con la cacareada libertad de expresión y prensa de la que se hace gala en Occidente, y reduce al ciudadano corriente a una condición de pobre ignorante e influenciable, incapaz de evaluar por si mismo los datos, las informaciones y las opiniones; por no decir que atribuye al Estado y a los medios una capacidad de control sobre el derecho a la información que no aparece en ningún momento ni en la Constitución ni en los valores democráticos. Occidente ha hecho una foto fija a partir del inicio de la guerra, y todo lo acaecido anteriormente no existe, o resuelve sus efectos con un par de plumazos que pretenden ignorar la existencia de una comunidad prorrusa y de una sociedad mestiza cultural y familiarmente con raíces muy profundas, pero también con cuentas pendientes muy profundas.

En el conflicto de Ucrania

En el conflicto de Ucrania este problema es evidente y dramático una vez más. Reducir otra vez un enfrentamiento, con un enfoque hollywoodense, por no decir “religioso”, a una lucha de buenos y malos es simple e infantil. Todo lo humano no es ni blanco ni negro, es siempre gris; más oscuro o más claro, pero gris. Por supuesto que Rusia y Putin son los agresores, que han invadido un país libre porque estaba tomando iniciativas que consideraban inaceptables, o que ponían en riesgo su seguridad; pero el hecho es que lo han invadido militarmente. Comportamiento, en cualquier caso, del que han hecho gala con cierta frecuencia EE.UU. y sus aliados desde que acabó la Segunda Guerra Mundial. Afganistán, por ejemplo, con sus defectos sociales, es indudable que ha sido objeto de agresión por ambas partes: rusos y occidentales. Aunque cuando los invasores fueron los soviéticos se “vendió” a los talibanes como luchadores por la libertad, y cuando los invasores fueron los occidentales estos eran los libertadores. Todo ello independientemente de que desgraciadamente haya un porcentaje muy importante de la sociedad afgana que no quiere ser liberada. No obstante, el objetivo de la guerra imperialista iniciada por Putin era el de colocar un gobierno títere en Kiev; aunque ahora tal vez se conforme con cercenar una parte del territorio.

En la información sobre la guerra, la del lado occidental evidentemente, única que llega, hay demasiadas incoherencias y muchos datos “extraños”; al menos en comparación con otros conflictos recientes. Comparativamente hay pocas víctimas civiles, incluso militares, a pesar del dramatismo de las imágenes. Ha habido muchas fuerzas movilizadas, pero han intervenido muy quirúrgicamente; y ha habido pocos enfrentamientos masivos. Los efectos de los combates se han reducido con frecuencia a lugares muy concretos; aunque al principio el miedo produjera migraciones de millones de refugiados, una parte importante de los cuales ha retornado a sus hogares al ver que el conflicto no llegaba a sus casas -ya a primeros de mayo los flujos de retorno eran muy superiores a los de salida en los puestos fronterizos-. Por cierto, no hay casi noticias de las violaciones de derechos humanos por parte ucraniana o de los efectos civiles de sus acciones

Todas las guerras son horribles

Todas las guerras son horribles, pero todas las guerras no son iguales. Algunas son más dramáticas que otras, tienen más víctimas, hay más daños o son más graves, o tienen peores consecuencias, sobre todo para terceros. La guerra de Ucrania recibe mucha más atención que otras, no porque sea más dramática, sino por dos razones: porque es mucho más importante geoestratégicamente y porque afecta a ciudadanos del Primer Mundo. Se podría decir que Occidente categoriza los sentimientos humanitarios. A pesar de la imagen terrible del conflicto dada por el gobierno de Kiev la intervención al principio era quirúrgica; en parte por varios errores de cálculo rusos y en parte porque Moscú pretendía ocultar los riesgos reales a la sociedad rusa.

La guerra se ha complicado y alargado, y ahora todas las partes implicadas dan ya muestras de cansancio, porque todas se equivocaron en sus cálculos -ver mi artículo del 11 de marzo “Ucrania: De nuevo la balcanización de un problema” en Nueva Tribuna o en el blog de Hormigas Rojas-.

En las guerras actuales las opiniones públicas más que ser importantes se han convertido en un condicionante imprescindible de ganar para la causa si se quiere lograr la victoria. No sólo de cara  a la moral del ejército, sino también de cara a los efectos electorales, derivados de los costes humanos, económicos directos o indirectos y de los miedos históricos colectivos. Putin ha montado una parafernalia de peligro fascista, exagerando la presencia e importancia en Kiev de algunos elementos de este corte, que no son ni mucho menos mayoritarios, o de otros que sólo son nacionalistas; ha echado mano de un discurso histórico paneslavista, y a su vez muy nacionalista; y además creyó que la guerra sería rápida y expeditiva, porque contaría con el apoyo de un sector de la población ucraniana, que culturalmente es prorruso; pero que a la hora de la verdad no ha aclamado la intervención. Occidente por su parte no se ha quedado atrás, especialmente los países limítrofes con el conflicto, ahora alineados políticamente con EE.UU. y alumnos aventajados de su política, pero con ánimos históricos revanchistas muy evidentes en una parte de sus sociedades.

Cuando la propaganda de guerra se impone a la labor informativa al adversario se le sataniza.

 

 

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