ADENTRARSE EN LO PROFUNDO.

La obra última de José Iglesias



Julio César Abad Vidal

Durante los últimos y convulsos meses, José Iglesias (Madrid, 1957) ha procedido a un replanteamiento de su actividad pictórica, no particularmente prolífica, que le ha conducido a ahondar en unos planteamientos estéticos en los que abraza una abstracción lírica renuente a la violencia por más vivificadora que su exploración cromática y su presencia gestual puedan resultar. Los frutos de su trabajo último concomitan con los de su serie «Profundidad», que le ocupó durante toda la pasada década, constituyendo una suerte de evolución de aquélla, mas cuyos resultados han alcanzado mayores complejidad y heterogeneidad formales.

Para José Iglesias, pintar es un gesto contrario al de ponerle nombre a las cosas. La identificación entre los nombres y el dominio –como ocurre en innumerables tradiciones culturales y que ha sido plasmado de un modo extraordinariamente gráfico en el Libro del Génesis (Gn 2, 18-24)–, es la que define la razón instrumentalizadora del lenguaje. Iglesias no se pronuncia de modo incontrovertible, hace visible una pausa de la energía, dirigiéndose a los ojos, pero haciéndolo sin reparar en ellos, antes bien, comulgando con una pericia (una dicción compositiva) que no se constituye en índice de nada, y que no representa sino un vestigio.

La pintura de José Iglesias se dirige a una plasmación del pulso, del hálito, de aquello que hacemos y somos sin reparar en ello como lo hace la corriente sanguínea, como la respiración cuando no se haya dificultada –como resulta tan frecuente experimentar en la actualidad, lo que hace reparar en cuán insensibles hemos sido hacia ella las más de las veces–. Los meses últimos, caracterizados por la zozobra, el pasmo, el aislamiento, el temor, y la impotencia, han conducido a Iglesias a adentrase en un territorio de introspección y misterio en el que se ha acompañado, como viene haciendo los últimos años, del sistema cosmológico chino. Y, en efecto, en algunas de estas últimas obras hace presencia de un modo inédito en su trayectoria, por lo triunfal de su manifestación, el desarrollo de ejecuciones de carácter caligráfico, en las que se aprecia la seducción de los sinogramas, de los caracteres de la escritura china, en los que resulta particularmente evidente una caricia rítmica del soporte.

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