Ramón Utrera
Satanizar al adversario
Satanizar al adversario es importante para cerrar filas y elevar la moral; pero tiene el problema que el enemigo es sujeto de todos los males y las mayores perfidias, las haya hecho o no, o las haya hecho en mayor o menor grado. Aunque lo más grave es que al satanizarlo “nuestro” bando se convierte en inocente, y todas las barbaridades o delitos que cometa son ignorados,
minusvalorados o están justificados; como mínimo mientras dure el conflicto. Denunciar los crímenes de los “nuestros” es traición, con lo que la impunidad y el todo vale están servidos. Y no sólo eso, sino que las causas y las realidades que generaron el conflicto son dejadas al margen; pues ya no son motivo que condicione los objetivos o los métodos, porque estos se justifican ahora en términos de venganza y castigo. Putin es el malo y tiene que pagarlo.
En el afán por reconducir a la opinión pública hacia el “lado bueno” han quedado muchos interrogantes y preguntas sin respuestas objetivas y ajustadas a los datos y hechos reales. La primera: ¿Qué ha pasado con la comunidad ucraniana prorrusa que existía antes del conflicto?
Desde el 2004, año de la Revolución Naranja, tanto en las elecciones legislativas como en las presidenciales las candidaturas prorrusas se han movido en torno al 45%, y nunca bajan del 40%; ganan siempre con claridad en los oblasts del sur y al este del rio Dniéper. Incluso las del 2010 las
ganó el prorruso Yanukóvich con el 49% -esta vez sin objeciones de pucherazo por parte de Occidente-. Aun así, acabó depuesto por el golpe de estado del Euromaidán, esta vez apoyado por EE.UU. y algunos países europeos -el embajador americano y varios funcionarios apoyaron pública y presencialmente el golpe- porque no aceptó las condiciones del último acuerdo de asociación negociado con la U.E., y pretendía estrechar relaciones con Rusia. Es decir, no fue
depuesto por las urnas, sino por unos ciudadanos con más derechos y reconocimiento externo que otros.
A partir del Euromaidán los candidatos prooccidentales han ganado con claridad las elecciones. En el 2010 Poroshenko logró el 54.7% de los votos, imponiéndose en casi todos los distritos del país a ambos lados del rio Dniéper; y en 2019 Volodimir Zelenski, tuvo un éxito electoral aún mayor, pues ganó con el 73.2% de los votos, imponiéndose también en todos los distritos. El problema es que en esas elecciones ya no figuraron en el censo electoral ni los habitantes de Crimea -anexionada por Rusia-, más de 2 millones, ni tampoco los de Donetsk y Luhansk, casi 4.5 millones. Con el censo electoral del 2010 el porcentaje de votos de Poroshenko se quedaría en el 39%. No obstante, es cierto que éste defendía al principio soluciones conciliadoras, y pretendía meter a Ucrania en la UE fortaleciendo las relaciones económicas con Rusia, y arreglar el problema de la autonomía del Donbás. No solucionó nada, fracasó en la economía y se llenó de escándalos de corrupción. En el caso de Zelenski, aupado por los medios y gobiernos del Oeste
como líder de todos los ucranianos, su aplastante victoria se dio en unas elecciones en las que votó un 30% menos de ciudadanos según el censo del 2010, que incluía a Crimea y el Donbás, y aun así la participación se redujo en otro 7%. Estamos hablando de más de 6.5 millones de personas de una población total de 45.
A pesar de ello, para los gobiernos y los medios occidentales la comunidad prorrusa, simplemente ha dejado de existir, o ha desaparecido; se ha evaporado completamente. No solamente parece que nunca existió, problema histórico habitual con muchas otras minorías del país, sino que se oculta e “ignora” su entidad humana actual y su realidad histórica, o se las menosprecia. Pero hay hechos históricos irrefutables que explican mucho los sucesos actuales: Los enfrentamientos internos y externos que se sucedieron durante los conflictos acaecidos al final de la 1ª G.M. -hubo hasta cuatro guerras entre 1917 y 1923-; o los diferentes comportamientos de una comunidad u otra durante la 2ª G.M. dependiendo de quién fuera el ocupante; o todas las manifestaciones prorrusas al este del rio Dniéper desde el Maidán, de similar tamaño a las de éste; o la reducción por Occidente desde el 2014 del conflicto del Donbás a incursiones de mercenarios y fuerzas infiltradas prorrusas, olvidándose de las víctimas o de los centenares de miles de refugiados que huyeron, y siguen haciéndolo, a Rusia ya antes de la guerra, y que según la propaganda occidental están allí engañados o llevados a la fuerza; o la represión de los prorrusos cuando el ejército de Kiev recupera algunas zonas; o las persecuciones de estos en las zonas no invadidas.
En un país que siempre se ha caracterizado por su mestizaje cultural, y a lo que Zelenski ha planteado una solución democrática y civilizada: Los que añoren Rusia, que se vayan allí.
Interesante y expeditiva manera de solucionar la discrepancia. Como buen nacionalista el que no comulga con el ideal patriótico colectivo es de un nivel inferior, ni es uno de los nuestros ni es un verdadero ucraniano, no cuenta.
Puede que una parte importante de esa comunidad desapruebe la invasión, incluso que muchos hayan “cambiado” de bando, y ahora apoyen al gobierno y al ejército de Kiev. Pero es muy difícil cuantificarlo, sobre todo en tiempo de guerra; y menos aún con el riesgo evidente de represalias por parte de las autoridades y del otro sector social. La caza de brujas de sospechosos de colaboracionistas se dio cuando llegaron los invasores rusos, y se ha repetido al llegar los libertadores ucranianos pro-Occidente. Ningunear su existencia, minusvalorar su número, o menospreciar su identidad no es realista ni ético. El que Putin sea un invasor imperialista no justifica este reiterado olvido, que tarde o temprano pasará la factura de la revancha y será germen de futuros conflictos, como demostró la experiencia yugoslava. Convertirlos a todos en mercenarios engañados o renegados se parece mucho a la versión de la propaganda rusa tildando a todos los ucranianos prooccidentales de nazis, vendidos a EEUU y la OTAN, y traidores al ideal paneslavo.
La versión de la condena internacional a la invasión rusa es otro tema que presenta grietas desde el principio. Desde el inicio de la invasión EE.UU. y sus aliados occidentales han vendido la idea de que esta agresión ha sido condenada por el mundo entero y que Rusia se encuentra aislada internacionalmente. Pero el análisis de las votaciones en la ONU y la actitud de muchos países no occidentales revela que ese punto de vista no es ni generalizado ni homogéneo. Es cierto que la invasión militar ha sido condenada por casi todo el mundo, pero el consenso internacional se acaba prácticamente ahí. En la misma votación de condena del 3 de marzo, votaron a favor de la condena 141 países, y sólo 5 en contra; pero los 35 que se abstuvieron -entre los que se encontraban China, India y Sudáfrica- representan el 53% de la población mundial, mientras que los 141 que la condenaron apenas el 41%. Eso no significa que los que se abstuvieron o se ausentaron no condenen la invasión, pero sí que se niegan a asumir los términos de la condena y su uso político posterior. Problema que se ha reflejado aún más claramente en votaciones posteriores; por ejemplo, en la votación para suspender a Rusia del Consejo de Derechos Humanos del 7 de abril la condena fue aprobada por 93 países, que sólo representan el 22% de la población, en tanto que los 24 que se opusieron representaban el 29%, y los 58 que se abstuvieron el 46%. La votación en la ONU para condenar los refrendos del 12 de octubre fue muy parecida a la condena de la invasión, 143 a favor, 5 en contra y 35 abstenciones, con los mismos comportamientos por países que la del 3 de marzo. Pero la que se hizo el 14 de noviembre para exigir a Rusia el pago de reparaciones de guerra fue tan engañosa como la de abril, 94 a favor, 14 en contra y 73 abstenciones.
El desglose y análisis por países revela varias conclusiones muy claras: Hay una condena mundial generalizada tanto a la invasión como a los refrendos. Pero el consenso se acaba de nuevo ahí; de hecho, este no es incondicional y monolítico como se esfuerza en aparentar la propaganda del Oeste. Una vez más los países occidentales extienden su punto de vista al resto del mundo sin la aquiescencia de este. El punto de vista de estos de apoyo “incondicional” a Ucrania es el de EE.UU. y Canadá, casi toda Europa, Japón, Corea del Sur, Australia y Taiwán. Pero los 5 países BRICS -Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica-, los miembros del G-20 Indonesia, Méjico y Arabia Saudita, y otros del peso regional de Nigeria, Etiopia, Bangladesh, Congo, Vietnam, Thailandia, Egipto, Argelia, Ghana, Kenia, Malasia, etc. no están ni por la dureza, ni por muchas de las medidas contra Rusia, ni incluso por los puntos de vista de los occidentales. Estos países quieren un alto el fuego, pero no se mojan a favor de las “soluciones” de la OTAN. El antiguo movimiento díscolo de los no alineados ha evolucionado y hoy defiende el multilateralismo, y lo ejerce. Pero Occidente se resiste a asumir un nuevo mundo multipolar, con otras culturas influyentes y con unos valores que no son los suyos. El hecho es que no casa con las necesidades, el enfoque y la estrategia de EEUU y sus aliados.
Como anunciábamos y temíamos en el artículo citado más arriba, el conflicto se ha estancado, cronificado y extendido más de la cuenta y más de lo calculado. A pesar de lo que difunden las propagandas nadie está ganando la guerra. Ya hay cansancio por todas partes y búsqueda de salidas “dignas”. La corrupción congénita ucraniana no respeta ni las necesidades más elementales en tiempo de guerra, como evidencian los múltiples casos destapados en las últimas semanas y que ha obligado al propio Gobierno de Kiev a admitirla y a tomar medidas drásticas.
Una escalada de la guerra rearmando a los contendientes no tiene sentido dada la imposibilidad de victoria por ninguna de las partes; a no ser que lo único que se busque sea fortalecer la posición negociadora. Pero todos deberían empezar a asumir la renuncia a sus respectivos objetivos y cálculos y a admitir soluciones sobre bases realistas y no maximalistas imposibles de imponer; empezando porque el enfrentamiento imperialista ha llegado a un punto en el que no se vislumbran posibles avances por ninguna de las partes; y siguiendo por admitir la realidad incuestionable basada en un conflicto civil de raíces históricas profundas, siempre latente y desde 2014 dramáticamente evidente, de dos comunidades diferenciadas, que como mínimo no pueden ni deben ignorarse ni ser ignoradas, ni por los gobiernos occidentales y sus intereses ni por la mayoría de los medios.